martes, 24 de junio de 2008

MAQUILAS EN ZONA FRANCA.


En la cooperativa Maquiladora de mujeres en “Nueva Vida” saben que todo tiene un valor y que todo vale, incluso la tela sobrante de prendas exclusivas. Eso que para otros serian trapos destinados a trabajos denigrantes, ellas son capaces de otorgarles la condición que merecen por derecho, la que ellas merecen también. La posibilidad de un trabajo digno.
Hoy me llevo una manta hecha de retales; recortes que tomados de forma aislada serian simples pedazos de tela sobrante, pero que hilados adquieren otra dimensión...

Es una historia de mujeres que fueron desplazadas como consecuencia de la devastación producida por el Huracán Mitch; un ejemplo de superación, de la existencia de otras realidades alternativas a lo que conocemos como "Maquilas en Zona Franca".
Hoy gestionan su propia cooperativa que comercializa sus productos en el mercado de comercio justo. Hoy representan la excepción que tristemente confirma la regla. Este es el final de una historia, un final feliz que no refleja la situación laboral de las mujeres en Nicaragua, un final que tuvo un principio que es el voy a contar.

Es entrar en la cooperativa y ser consciente de las vivencias que se esconden detrás de cada mano que maneja esas máquinas de coser obsoletas. Sientes la necesidad conocerlas todas, las observo e intento leer lo que escriben sobre esas telas de colores.
En un momento las veo relacionarse y soy consciente de que la verdadera historia es la historia común, la que comparten con la mayoría de las mujeres de este país, la que escribieron mucho antes de llegar aquí, cuando formaron parte del subsuelo del mercado laboral en el que ocupaban el último peldaño.


Fueron pisoteadas y explotadas, rehenes del sistema capitalista. Realizaron esos trabajos que todos conocemos y que nos negamos a ver en los productos exportados que compramos. Fueron la mano de obra barata del sector informal de la economía domestica. Fueron tantos y tan variados los trabajos humillantes y malpagados que solo mencionaré unos cuantos. Los que conocí o de los que me hablaron.

Marina me mostró las manos encalladas por interminables horas de tareas domésticas; lavando, planchando, fregando o cocinando ante la estricta mirada de quien la consideraba como un electrodoméstico más o el único que había en la casa. Me contó las desconsideraciones, desprecios y vejaciones que sufren las invisibles sin ningún derecho y con todos los deberes en un hogar de dictadores.

No hizo falta buscar. En cualquier lugar de Nicaragua encontrabas las dos caras de la misma moneda; la compra y venta de cualquier mercancía. Tediosas jornadas en mercados ambulantes, rodeadas de ese calor asfixiante que se pega a la piel, impregnado de olores nauseabundos mezcla de carne al límite de la putrefacción y fruta que solo hoy se podría vender como madura. En Sébaco, Masaya incluso en Roberto Huembes, Managua las puedes ver defendiéndose del constante asedio de las moscas, rodeadas de compradores que a duras penas pasan entre el tumulto de gente y mercancías con la única intención de encontrar, en ese laberinto, un cesto de la compra que se ajuste a su mísera economía.

Como obviar la incursión en el mundo empresarial de las victimas de la economía globalizada, las esclavas del imperio capitalista representado en las grandes multinacionales textiles afincadas en zona franca; en tierra de nadie, controladas por nadie, las que gozan de concesiones legales exentas de impuestos municipales y de un código de ética laboral.
Paraísos fiscales transformados en infiernos para sus trabajadoras; jornadas laborales de más de 12 horas, sueldos irrisorios que no alcanzan para alimentar a una familia media nicaragüense, normas laborales que van desde ticket que controlan las visitas al baño a la inexistencia de un descanso para comer, un maltrato psicológico y físico que va más allá de la falta de higiene laboral causante de infinitos “accidentes laborales”.

Un negocio redondo, en el que pagan céntimos por cada producto que compraremos por decenas de euros. Donde nuestro dinero siempre es el fin que justifica los medios.


3 comentarios:

miguelon dijo...

enganchado a tu fotolog,
enganchado a tu blog...
gracias por compartir

Anónimo dijo...

Historias muy duras,pero reales. Gracias por hacernos participe de ellas y obligarnos a mirar más allá.
Son todo un ejemplo de sueprevivencia para las mujeres y para todos en general.

¡ Laura ! dijo...

No me acuerdo de los nombres de algunas de estas mujeres, pero nunca jamás en la vida gvoy a olvidar sus historias, sus miradas, sus sonrisas... las únicas lágrimas que vi esa tarde creo que fueron las que intentabamos esconder, por la falta de costumbre de escuchar historias como las que escuchamos esa tarde... nunca voy a olvidar el sentimiento de esperanza que se me clavó en el corazón. Esa tarde aprendí que si nos quejamos es porque somos imbéciles, porque hay gente en el mundo, como estas mujeres, que resurgen de la nada, de la más extrema miseria y llega a ser "felices" e incluso superan sus objetivos. Gracias Esther, por plasmar historias en este papel, y hacernos tenerlas más presentes