sábado, 29 de marzo de 2008

Dos extraños en Madrid.

Fue llegar a Madrid y recordar que mi sitio era este, tristemente pertenezco al bullicio de un país desarrollado.
Las prisas, las colas, la miradas de desconfianza, todo es propio de una ciudad que se mueve al ritmo de su gente, esa que intenta restar segundos al día mientras se le escapa de las manos esperando el momento de poder disfrutar de los fugaces momentos en los que se les permite la ilusión de parecer libres.
Allí estaba yo, confusa, triste, cansada, con miles de sentimientos encontrados; la tristeza de una vida que se termina y la continuación de esa que parece que nunca va a terminar.
Dividida entre dos mundos, el descanso de volver a casa y la nostalgia de algo que apenas duró. El aeropuerto, las maletas, trámites y más trámites para despedirme de mi familia temporal y reencontrarme con la propia...
Ya en el coche que me llevaba a mi hotel volví a disfrutar de la lluvia incesante sobre el cristal, de la sensación de tranquilidad que me proporcionaba saber que estaba con él.
Por un momento olvidé los atardeceres, el sonido de la noche en el ranchón, las conversaciones interminables que compartimos, los proyectos inacabados, las risas, los llantos, todo se diluía bajo la ducha de agua caliente que tanto había echado de menos.
A pesar del cansancio necesitaba salir, expandirme, perderme en el tumulto, sentirme extraña en una ciudad que no lo era para mí. Quería sentir ese choque brutal que me habían prometido cuando decidí viajar al otro lado del mundo y que hasta ahora solo había sido un roce constante, silencioso, sinuoso... que desgasta lentamente pero casi inapreciable...
No podría describir la intensidad, solo se que fui consciente del primer cambio, el primer crujido fruto de ver la realidad ajena, la que lleva a millones de personas a desplazarse miles de kilómetros de sus vidas, de su gente, de su tierra, de sus hogares....
En una de las calles más transitadas de Madrid cientos de personas cargadas de bolsas llenas de artículos y vacías de sentimientos, felicidad efímera ante la impaciencia por estrenar, el gentío que se cruza sin mirar más allá del siguiente paso que darán. Y entre todos ellos puedo verle, apoyado en la pared cargado con ese instrumento que le acerca a su país, al sueño de volver algún día y empezar una vida mejor. Entonces puedo verle en Miraflor recogiendo café, o en Poneloya pescando, conduciendo un bus u ofreciéndome anacardos en un semáforo... Le pongo nombre... es Orlando, Francisco, Marina, Denis... Es como esas personas que conocimos y sueñan con cruzar el charco, esas personas que nos dieron todo y aquí no reciben nada que no sea fruto de sus interminables horas de trabajo...
Yo paso, pienso, abro mi bolso... no es suficiente... no hay dinero que calle mi conciencia, que apague mi nostalgia...

1 comentario:

Elena dijo...

Esthercita! Este post se merece un aplauso pero de los largos! (tienes un don especial para conmover con tus palabras, aprovéchalo)

La verdad es que poco a poco todos nos vamos dando cuenta que Nicaragua ha cambiado nuestra forma de mirar, de ver y de sentir... que un mes fugaz de nuestras vidas se ha convertido en una ruptura en nuestro divagar por el mundo.
Y la conciencia sólo se acalla con actos verdaderos de solidaridad... Espero que sigamos caminando juntas (todos juntos) en esa dirección!
Besitos guapa!