miércoles, 2 de julio de 2008

LA FRONTERA.


Con dos días de viaje a la espalda cualquier sentimiento pesa más de lo habitual. Sobretodo si son fruto de nuevas experiencias que no controlas, en las que no actúas, en las que eres una espectadora insertada en una realidad ajena.

Llegamos a la frontera, esa línea que divide la tierra en porciones repartidas y dirigidas por unos cuantos que deciden la suerte y el destino de los que allí viven. Esa línea que creía imaginaria y que resulta ser un bloque de hormigón infranqueable para los que quieren atravesarla y alcanzar una vida mejor. Pero igual de impenetrable para los que quieren saber, sin cruzarla, que ocurre para que quieran saltarla.

Ya estaba allí, observando el constante ir y venir de gente intentando vender cualquier mercancía, hombres, mujeres y niños sin distinción de edad o sexo, ni tampoco de clase social…aquí los pobres son pobres y punto. Una vez llegados a esta situación solo queda buscarte la vida.

Se apaga el motor del bus y con él el aire acondicionado y el clima de privilegio que nos mantenía un poco al margen de la realidad. Ahora el calor aprieta; abro la ventana y siento el bullicio, el movimiento, los acentos, las risas… siento la vida en la frontera.

Ni las piernas entumecidas, ni el calor, ni siquiera la curiosidad eran motivos suficientes para obligarme a bajar y afrontar esa realidad que me superaba, me aterraba, esa evidencia que mostraba la gran diferencia y la similitud entre ellos y nosotros. Yo indignada por tener tanto, ellos por tener tan poco. Ellos avergonzados por pedir y yo por tener que dar…

Supongo que la falta de voluntad y el miedo me obligó a vivir los primeros instantes desde fuera, limitando mi experiencia a la observación. Parecía tan fácil cuando eran los demás lo que entablaban conversaciones que terminé convenciéndome a mi misma. Total, justo a esto había venido a Nicaragua, a conocer una realidad que ya estaba delante de mí.
Desde el autobús era como un juego; tres niños y una mujer se acercan a vender unos chicles y a partir de ese momento juegos, bromas, fotos… ellos querían ver nuestras cámaras y nosotros plasmar sus vidas con ellas, aparentemente un trato justo.

Pues nada, armada de valor me acerco y entonces descubro que la mujer con cara de niña no es tan mujer como creía ni tan niña como hubiese deseado.
Pocos se fijaron en ella, su barriga le restaba la dulzura de otros niños, sus ojos no brillaban ante la posibilidad de otra forma de vivir, su belleza no tenia nada que ver con la propia de algo nuevo lleno de vida, era una belleza lánguida, gastada, agotada…
Así fue mi primera entrevista, mi primer contacto, mi primer choque con la realidad:
Solo dos frases pude articular ante ella, solo dos respuestas me dio;
Si, tengo 14 años y en cuatro meses seré madre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Impresionante la primera imprensión. Gracias por se nuestra observadora de la realidad, tanto en Nicaragua como aquí.

Anita dijo...

no se que puedo decirte esther... que sigas escribiendo por favor